martes, 22 de febrero de 2011

El nacimiento del lector.

por Francesco Tonucci


Si corresponde a la escuela enseñar a leer, ¿cuáles son los defectos de aprendizaje que impiden a tantos niños llegar a adquirir el hábito de la lectura? Sobre esta pregunta, el autor, conocido como psicólogo y también como dibujante bajo el pseudónimo de Frato, elabora un interesante análisis y propone estrategias para conseguir una correcta y gratificante iniciación a la lectura.


Hace algunos años, cuando era consejero como padre del Consiglio di Círcolo de la escuela de mis hijos, una madre se dirigió a mí enseñándome el cuaderno de su hija, en el que la maestra había escrito: “Cuando la niña escribe confunde siempre la «B» con la «M», hacerla practicar. La madre me dijo: «Yo le he enseñado a hablar a mi hijo, y cuando habla, nunca confunde !as letras !as confunde cuando escribe, pero es la escuela la que le ha enseñado a escribir; se ve que lo han hecho mal y, entonces, ¿porqué tengo que ser, yo quien le haga practicar?.

Lo que esta madre, que evidentemente no había estudiado pedagogía, decía sobre la escritura; también vale para la lectura.

A la pregunta «¿por qué nuestros niños y nuestros jóvenes no leen?» se podría responder simplemente «¿y por qué deberían hacerlo?» «porque éste es uno de los objetivos principales de nuestra escuela obligatoria, también llamada escuela de leer y escribir, rebatiría el ingenuo interlocutor, que en ese momento probablemente notaría que se ha metido en un callejón sin salida. Y es que aquí está la raíz del problema: a la mayoría de los niños no les gusta leer y no leen, pero en la escuela se enseña a leer y todos van a escuela. Esto significa que la escuela no es capaz de enseñar a leer, que comete errores graves y generalizados justamente cuando hace las primeras y más importantes propuestas educativas.

Los objetivos

El primer error está en los objetivos. En la escuela que yo frecuenté hace cuarenta años y a la que han ido mis hijos (al menos algunos de ellos), aprender a leer significaba demostrar al maestro que se sabía descifrar palabras y frases escritas en un libro. Durante muchos años a nadie le importó que a mí o a mis hijos les gustase leer, que estableciésemos dentro de nuestras necesidades, unas exigencias respecto al libro. Cuando se empezaba a interponer este problema, en la enseñanza media o superior, ya se había consolidado una profunda aversión.

Este error generalizado se refleja consiguientemente en la práctica didáctica. Por ejemplo, la escuela siempre pide que se lea en voz alta. Esta propuesta es tan común y aparentemente tan necesaria que incluso nosotros, los padres, se la repetimos a nuestros hijos en casa: «Lee en voz alta, fuerte y claro». Parece que la lectura mental no vale, como si fuese demasiado fácil.

La verdad es que la lectura mental no se presta a una verificación banal (si cada palabra se pronuncia bien) sino que reclama una verificación más compleja como es la comprensión del texto. Además, leer en voz alta cuando se lee a solas es estúpido y dificulta mucho el seguimiento y la comprensión. ¿Quién de nosotros, adultos, lee privadamente en voz alta? El interlocutor de turno (que no pierde ocasión de hablar) diría que leer en voz alta sirve para perfeccionar la dicción, la entonación y la lectura con sentido. De acuerdo, pero entonces esperemos a que el niño sepa leer bien y que le guste la lectura: después, en años sucesivos, podrá desarrollar actividades específicas de interpretación del texto. Los niños leerán por turno en su clase, en la clase de los más pequeños, o harán actividades teatrales, pero siempre preparando antes las lecturas escogiendo la interpretación, probando la entonación y las pausas, de manera que el resultado sea bueno y que incluso los alumnos se den cuenta de que es importante «leer bien»: los ojos atentos de los oyentes serán una verificación mucho más eficaz que la escucha poco atenta del maestro.

El libre de lectura es otro error de base en las propuestas de lectura. Incluso cuando estos libros están bien hechos (y hoy hay muchos que lo están) y ya no recopilan banalidades, incorrecciones y moralismos (¡pero todavía ocurre!) se prestan a varios equívocos fatales: al pequeño lector le dan la impresión de haber leído muchas obras de muchos autores, cuando en realidad han leído sólo breves fragmentos; dejan creer que todas las lecturas son breves; apasionantes y vivaces porque así son los fragmentos escogidos para esta especie de carrusel de la lectura. La consecuencia de esas primeras características es que este tipo de libro aleja de los auténticos.

En la escuela que usa «correctamente» el libro de lectura no se leen los verdaderos libros; durante los primeros años, al menos hasta tercero, la mayor parte de nuestros niños no coge una auténtico libro: aprende a leer sin libros. En el pasado alguien sostenía que, por lo menos, el subsidiario y el libro de lectura eran libros seguros en todas las casas, pero yo todavía creo, como creía entonces, que es una afirmación demagógica y peligrosa. Tener en casa un libro falso que quita las ganas de leer y proporciona una coartada al mismo tiempo, no me parece una gran contribución al ensalzamiento de la cultura de masas.

Un último equivoco que sugiere el libro de lectura nace de su esencia individual e igual para todos. Tómese como absurdo a una treintena de adultos sentados en el mismo sitio, por ejemplo en la sala de espera de una estación, que leen todos el mismo libro y van más o menos por la misma página. Creo que quien entrase en dicha sala de espera miraría a su alrededor para ver si no se trataba de una ficción (la filmación de una película) y si no fuese así se preocu­paría mucho. Es una situación inquietante porque es absurda. En cambio, esto pasa en la escuela todos los días y nadie se preocupa por ello.

A partir de la enseñanza media los estudiantes añaden a sus libros de texto una obra literaria: el libro de narrativa. Pero también esta ha sido seleccionada por el maestro y casi siempre es igual para todos los estudiantes del mismo curso.

El engaño de la lectura

El libro de lectura, el titulo de narrativa, iguales para todos, que deben leer todos en el mismo momento, a la misma altura y con el énfasis en la misma línea, porque en realidad no sirven para leer, no ayudan ni a niños ni a jóvenes a entender que la Lectura es una experiencia cultural bella por sí misma, que vale la pena, pero que sirve para otra cosa. La lectura sirve para hacer resúmenes, para subrayar las palabras difíciles que se han de buscar en el diccionario, para encontrar los gerundios, las subordinadas o los verbos en pasiva, etc., para hacer actividades que, no obstante, muchos maestros consideran aún, a pesar de los nuevos programas de las escuelas elementales y medias, prioritarios respecto a las reales experiencias culturales básicas.

Estoy convencido de que la experiencia escolástica también tiene que encontrar momentos de consolidación mediante ejercicios y verificaciones transversales (que a veces también necesitan, sirven materiales iguales para todos), pero «incluso» éstos no sirven principalmente para consolidar algo construido antes y con mucha más profundidad como, en la lectura, el placer de leer para perderse en las imágenes que sólo un libro puede suscitar y en la escritura, la necesidad de escribir para acordar, comunicar, expresarse, etc. Así ningún ejercicio sirve para nada, sino para crear el rechazo de estas propuestas escolares. Entonces extraña menos descubrir en las estadísticas que en Italia se lee poco y de cualquier manera menos que en otros países europeos.

¿Qué hacer?

Las originales investigaciones de Emilia Ferreiro y las verificaciones sucesivas en Italia han demostrado que el niño comienza su camino hacia la lectura y la escritura mucho antes de llegar a la ciclo inicial. Más concretamente el niño empieza muy pronto a entender que para escribir se necesitan símbolos y que es necesario componerlos según unas reglas; utiliza símbolos y reglas que deduce subjetivamente de su encuentro inarticulado y complejo con el mundo adulto de las palabras impresas.

El niño procederá verificado continuamente sus códigos subjetivos respecto a aquellos convencionales de los adultos, hasta conquistar nuestro código alfabético. Si eso es cierto, cambia mucho (o debería hacerlo) la metodología escolar: las bases se apuntalan antes y me parece importante que el problema de la lectura involucre directamente al parvulario. Lo que sigue son algunas propuestas alrededor del aprendizaje de la lectura, que no pretenden describir un proceso o un programa, sino tan sólo suscitar la atención y estimular la sensibilidad.

El milagro de la lectura

Estamos en un parvulario. El niño todavía no sabe leer ni escribir (al menos no sabe hacerlo según la simbología alfabética convencional); inventa una historia y el maestro la escribe. El texto se pasa a máquina y después se ciclostila. El niño se lleva a casa su historia y sus padres, mirando los signos del papel, pueden repetir, palabra por palabra, lo que ha inventado él aunque no estuviesen presentes en clase. El niño asiste así al milagro de la lectura. Y ésta es una experiencia cultural de base que la mayor parte de los niños no puede vivir en su propia casa y que, por tanto, la escuela debe garantizar.

Leer a los niños

Una segunda experiencia fundamental, que puede ocurrir aún antes, es la de la escucha: el niño que escucha al adulto que le lee un libro. Es una experiencia cada día más rara, porque cada vez es más difícil encontrar tiempo para estar con los hijos y leerles algo. Está claro que la televisión tiene una gran responsabilidad al haberse apropiado del escaso tiempo que reúne a padres e hijos; otras responsabilidades han de atribuirse al cansancio, al ritmo de trabajo, al poco hábito de lectura.

Escuchar al adulto que lee, seguir las imágenes fantásticas que suscitan sus palabras, reemprender día tras día el hilo de la aventura, los lugares y los personajes que esas páginas contienen y aseguran (también en la próxima lectura serán exactamente los mismos), es una experiencia importante y probablemente fundamental para todos los niños que mañana querrán leer, si saber leer significa necesidad y placer. Pero como no todos los niños tienen padres capaces de garantizarles esta experiencia primaria, es necesario que la escuela se haga cargo del problema.

De la guardería al instituto deberían reservarse momentos a la educación de la receptividad con la lectura del adulto a los alumnos de libros reales, fascinantes; por episodios, que hagan sentir antes de comprender, y que vale la pena leer.

La lectura deberá acrecentarse como cualquier otra propuesta escolar con el desarrollo de la edad, las capacidades y las exigencias de los alumnos. Después de la lectura de los grandes libros para niños, desde Pinocho a Robinson Crusoe, de los libros de Rodari a las novelas de aventuras, tendrá lugar la lectura significativa de un poema homérico o de una obra literaria, y en un instituto, la escucha de lecturas por buenos actores de la Divina Comedia, de una obra en versión original y de un texto poético.

La audición de una buena lectura, desde un canto a la comedia, sin interrupciones ni explicaciones, me pa­rece que ayudaría a muchos estudiantes a amar unos autores que la escuela, de escasa pericia, consigue casi siempre hacer odiar o en cualquier caso no saber apreciar.

El problema más grave consiste en que los maestros leen poco, como se desprende de las últimas estadísticas.

Un adulto al que no le gusta leer nunca podrá suscitar en sus alumnos está actividad. Por ello, el maestro que quiere educar a los alumnos en la lectura deberá apasionarse con ella antes que nada. La falta de tiempo, que a menudo se usa como justificación de la escasa lectura, es sólo una excusa: siempre se consigue tiempo para las cosas indispensables, aunque sea robándolo. Cuando se garantiza a todos ésta experiencia escolar también creo que sale la pena recomendar a los padres que busquen tiempo para la relación especial con sus hijos. Me acuerdo con mucha nostalgia de las pocas horas con mis pequeños leyendo páginas importantes como las del Evangelio o las qué escribió Gramsci para sus hijos. Un niño que escucha establece con quien lee, a través de las imágenes que evocan las palabras, una relación de una intensidad difícilmente repetible.

Los libros

Muchos niños nunca ven un auténtico libro en su casa y, en cambio, el encuentro con los libros es una experiencia necesaria. En este caso deberá intervenir también la escuela organizando sus espacios y sus actividades, a la espera de que la ciudad disponga un servicio de bibliotecas adecuado a las exigencias de los ciudadanos. En las aulas de preescolar es importante que exista un rincón donde los niños puedan encontrar libros para hojearlos y sentarse, (también es conveniente que lo hagan en el suelo ) para escuchar al adulto que lee. Habrá allí libros únicamente con imágenes que harán entender al niño cómo se abre y hojea un libro, libros con texto e ilustraciones que requieran la ayuda del adulto, pero que permitan también las primeras asociaciones entre palabra e imagen, y libros escritos que el adulto leerá a los niños.

El rincón de los libros se convertirá en la biblioteca de clase. No puedo olvidar que Florencia ha tenido el mérito de hospedar una experiencia editorial importante para la escuela, la Biblioteca del Lavoro, coordinada por Mario Lodi y editada por Luciano Manzuoli; he participado en esta experiencia editorial con pasión y sin embargo acabó en medio de la indiferencia de las fuerzas progresistas de nuestro extraño país. ¡Cuántas veces lo han lamentado después esas fuerzas! La biblioteca de clase dará paso a la biblioteca de escuela y después a la biblioteca pública.

En este punto es necesario solicitar una política mejor en las adquisiciones de las bibliotecas escolares. Normalmente están llenas de libros viejos, de caros manuales de consulta sólo aptos para los nunca suficientemente glosados “trabajos” y son pobrísimas en literatura contemporánea de todos los géneros, desde la narrativa a la poesía, el libro de aventuras o la novela policíaca. la ciencia ficción y ‑¿por qué no?‑el sentimentalismo.

Lo importante es que se aprenda a leer, que se entienda que hay diferentes gustos con los libros.

También en ese caso me parece obligada una invitación a la familia: a cambio de tantos juguetes la mayoría de las veces banales (porque se fabrican sólo para ser comprados y no para jugar), vale la pena regalar un libro: y aún más ir con el niño a la librería para que pueda escoger él mismo.

La librería

La enseñanza media prevé entre los libros de texto, el libro de narrativa. ¿Por qué no aprovechar esa posibilidad para una experiencia más significativa? En vez de adoptar un texto a principio del año escolar los estudiantes podrían ir con su maestro a una buena librería. Con la ayuda del librero se podría dar una buena «lección» sobre la producción narrativa más significativa y cada alumno podría escoger el libro que le apeteciese más, sin perjuicios.

El maestro tendrá una buena ocasión para conocer los gustos de sus alumnos. Ellos tendrán el estímulo de leer la obra que han escogido. La clase tendrá una biblioteca de veinte o veinticinco libros que se podrán intercambiar. Lo importante es que puedan leer sus libros por el gusto de leerlos, sin segundos objetivos ni engaños. Quien haya leído un libro con placer no tendrá dificultades para completar una ficha que servirá de orientación a sus compañeros, para hablar del libro en clase, siempre que la ficha no se convierta en una condena v el comentario en un examen. He conocido a un niño que ya no utilizaba la biblioteca de clase por no tener que rellenar la ficha.

Periódicamente se podrá volver a la librería para estar al corriente de las novedades. Y la librería podrá convertirse en un interesante «laboratorio escolar».


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Francesco Tonucci inicia este artículo contandonos su experiencia como consejero de padre en donde, tras un encuentro desagradable con una madre del centro escolar de sus hijos, llega a la conclusión de que los niños en la escuela obligatoria deben aprender a leer aunque no les
guste (y esto es lo más común).
Analizando los errores se da cuenta de que el primero forma parte de los objetivos. Lo que se busca y valora en la escuela es que al leer sepas descifrar las palabras del libro y no se persigue el que te aficiones a la lectura.

Tonucci critica la práctica didáctica en la que el maestro y/o las familias le dicen al niño "lee en voz alta, fuerte y claro" ya que, la lectura en voz alta es mucho mas problematica a la hora de la compresión. Y debería perseguirse la compresión de la lectura mental para cuando ésta esté deserrollada practicar la entonación.

La elección del maestro de un mismo libro para todos los estudiantes y la lectura de éste al mismo tiempo es algo que (como dice Tonucci) debería preocuparnos, ya que no sirve para motivar al niño a leer, no se le enseña la belleza de la lectura, sino que utilizan esta práctica para desarrollar la entonación.
Nos lo explica con este ejemplo :
"Tómese como absurdo a una treintena de adultos sentados en el mismo sitio, por ejemplo en la sala de espera de una estación, que leen todos el mismo libro y van más o menos por la misma página. Creo que quien entrase en dicha sala de espera miraría a su alrededor para ver si no se trataba de una ficción (la filmación de una película) y si no fuese así se preocuparía mucho. Es una situación inquietante porque es absurda. En cambio, esto pasa en la escuela todos los días y nadie se preocupa por ello"


En el apartado "¿Qué hacer?" de éste artículo, nos habla de las investigaciones en las que Emilia Ferreiro demuestra que los niños comienzan antes del ciclo inicial a comprender que en la escritura son necesarios símbolos y reglas. Llegando a la conclusión de que si esto es cierto se debería cambiar la metodología escolar.

Clasificamos en experiencias fundamentales que la escuela y las familias deberían aportar a sus hijos y alumnos para que éstos puedan apreciar la lectura desde los inicos:
  • El maestro escribe la historia que el niño le cuenta, ésta se la lleva a casa y los padres del niño la leen. De esta forma el niño asiste "al milagro de la lectura".
  • Un adulto lee un cuento con la finalidad de que el niño saque de su imaginario las escenas correspondientes a la historia que se está narrando.
  • Organizar espacios y actividades en las que el niño pueda encontrar libros por los que interesarse.
  • Es importante comprar libros y dejar que el niño los escoja.
  • La librería será interesante siempre que el libro a leer por cada niño sea elejido por él mismo. De esta forma si a éste le gusta lo que lee podrá completar la ficha de lectura con gusto y compartir con sus compañeros el argumento del libro que ha leido.

Para que se pueda transmitir con gusto esta actividad por parte del adulto al alumno es necesario que el adulto muestre interés por la lectura. Uno de los problemas mas frecuentes es que al adulto no le gusta leer.

Como conclusión, creo que la iniciación a la lectura es una actividad importante y bonita que no debería verse como algo obligado ni pesado.
Como futura educadora opino que deberíamos inculcar a los niños en esta práctica como una aventura, una historia que no saben como terminará y que solamente se desarrollará en su cabeza.

1 comentario:

  1. Está muy bien. La idea es que tu comentario sea más personal, con menos resumen y más de tu propia cosecha, de lo que se te ha ido pasando por la cabeza al leer el artículo, de tus recuerdos, de tus experiencias pasadas, de las ideas que vas acumulando al conocer diferentes aspectos de la tarea de los maestros y maestras, de cómo enfocarás el problema cuando seas maestra (como has hecho en el último párrafo)...
    No te lo digo para que lo repitas. Al ser una actividad voluntaria, la voy a tener en cuenta independientemente de que esté "perfecta" o "muy bien". Es para que me vayas "pillando el tranquillo" y sepas cómo hacer, lo mejor posible, las actividades que son obligatorias.

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