jueves, 12 de mayo de 2011

Toda clase de pieles

Érase una vez un rey que tenía una esposa con el cabello de oro, y era tan hermosa que no había otra igual en la tierra. Sucedió que ella se puso enferma y, cuando sintió que iba a morir, llamó al rey y le dijo:

—Si después de mi muerte quieres casarte, prométeme que no tomarás por esposa a otra que no sea tan bella como yo y que no tenga mis mismos cabellos de oro.

El rey estuvo inconsolable durante mucho tiempo, y no pensó en tomar otra mujer. Finalmente dijeron los consejeros:

—No hay otra salida. El rey debe casarse de nuevo para que tengamos una reina.

A continuación se enviaron mensajeros por doquier para buscar una novia que pudiera igualarse en belleza a la reina muerta. Pero no se pudo encontrar ninguna que fuera igual y, aunque la hubieran encontrado, no había ninguna otra que tuviera sus mismos cabellos de oro. Así que los mensajeros regresaron con las manos vacías sin cumplir el encargo.

El rey tenía una hija que era tan hermosa como su madre y tenía sus mismos cabellos de oro. Cuando se hizo mayor, el rey la contempló y vio que era el vivo retrato de su madre muerta, y sintió de pronto un amor apasionado por ella. Entonces les dijo a los consejeros:

—Quiero casarme con mi hija, puesto que es el fiel retrato de mi mujer muerta, y en ningún lugar puedo encontrar otra novia igual.

Cuando los consejeros oyeron esto, se asustaron y dijeron:

—Dios ha prohibido que el padre se case con la hija. De un pecado no puede venir nada bueno, y el reino se verá arrastrado a la perdición.

La hija se asustó todavía más cuando supo la decisión de su padre. Sin embargo, esperaba hacerle desistir de su proyecto. Entonces le dijo a su padre:

—Antes de que se cumpla vuestro deseo, tengo que tener varios trajes: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas; luego quiero un abrigo de toda clase de pieles. Cada animal de vuestro reino debe dar un trozo de su piel para confeccionarlo.

Ella pensó: «Es casi imposible lograr esto, y mientras tanto puedo apartar a mi padre de sus malos pensamientos.»

El rey no cedió, y las doncellas más hábiles del reino tejieron los tres vestidos: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas. Y sus cazadores apresaron a todos los animales del reino y le quitaron a cada uno un trozo de su piel; con ellos se hizo un abrigo de toda clase de pieles.

Finalmente, cuando todo estuvo preparado, el rey hizo traer el abrigo, lo extendió ante ella y dijo:

—Mañana se celebrará la boda.

Cuando la princesa vio que no había esperanza alguna de cambiar los sentimientos de su padre, tomó la decisión de huir en la noche, mientras todos dormían. Se levantó y cogió tres de sus tesoros: un anillo de oro, un torno de hilar de oro y una devanadera de oro; metió los tres vestidos de sol, de luna y de estrellas en una cáscara de nuez, se puso el abrigo hecho con toda clase de pieles y se tiznó la cara y las manos. Luego se encomendó a Dios y partió, andando toda la noche hasta que llegó a un gran bosque. Como estaba muy cansada, se sentó en un árbol hueco y se durmió.

Salió el sol y ella seguía durmiendo; se hizo completamente de día y aún continuaba durmiendo. Entonces sucedió que el rey al que pertenecía el bosque fue a cazar allí. Llegaron sus perros al árbol, lo olfatearon y corrieron a su alrededor ladrando. El rey dijo a los cazadores:

—Mirad a ver qué clase de animal salvaje se ha escondido ahí.

Los cazadores obedecieron el mandato y, cuando regresaron, le dijeron:

—En el árbol hueco hay un animal maravilloso, como no hemos visto otro igual; su pellejo es de toda clase de pieles, está echado y duerme.

—Mirad a ver si podéis apresarlo vivo —dijo el rey—; atadlo luego al carruaje y traedlo con vosotros.

Al apresar los cazadores a la joven, ésta se despertó sobresaltada y les dijo:

—Soy una pobre criatura, abandonada de padre y madre; compadeceos de mí y llevadme con vosotros.

Entonces ellos dijeron.

—«Toda-clase-de-pieles», tú sirves para estar en la cocina; vente y barrerás la ceniza.

Así pues, la sentaron en el carruaje y la llevaron hasta el palacio real. Le asignaron un cuchitril bajo la escalera, donde no entraba la luz, y dijeron:

—Animalillo salvaje, ahí puedes vivir y dormir.

Luego la enviaron a la cocina y ella traía el agua, la leña, atizaba el fuego, desplumaba las aves, limpiaba las verduras, barría la ceniza y hacía todo el trabajo ingrato.

Así vivió «Toda-clase-de-pieles» pobremente durante mucho tiempo. ¡Ay, pobre princesa, qué será de ti!

Pero sucedió que una vez se celebró una fiesta en el palacio, y ella le dijo entonces al cocinero:

—¿Puedo subir y mirar un poco? Me colocaré ante la puerta.

El cocinero dijo:

—Ve, pero en media hora tienes que estar de vuelta y recoger la ceniza.


Ella cogió su lamparita de aceite, fue a su cuchitril, se quitó la piel y se lavó el hollín de la cara y las manos, de manera que su belleza volvió a salir a la luz del día. Luego abrió la nuez y sacó el vestido que brillaba como el sol. Hecho esto, subió a la fiesta y todos le cedían el paso, pues nadie la conocía y pensaban que era una princesa. El rey le salió al paso, le dio la mano y bailó con ella pensando para sí: «Nunca he visto otra mujer más hermosa.»

Terminó el baile, se inclinó y, cuando el rey miró a su alrededor, había desaparecido sin que nadie supiera a dónde había ido. Se llamó a los vigilantes que estaban ante palacio, pero nadie la había visto. Entre tanto, ella fue a su cuchitril, se quitó rápidamente el vestido, se tiznó la cara y las manos, se puso el abrigo de pieles, y otra vez quedó convertida en «Toda-clase-de-pieles». Cuando llegó a la cocina y quiso ponerse a trabajar y barrer la ceniza, dijo el cocinero:

—Déjalo hasta mañana. Hazme la sopa para el rey, pero no dejes que se te caiga ningún pelo; si no, no comerás más pan en el futuro.

El cocinero se fue y la muchacha hizo la sopa para el rey. Le hizo una sopa de pan todo lo mejor que supo y, cuando estuvo terminada, cogió de su cuchitril su anillo dorado y lo puso en la fuente en la que estaba preparada la sopa. Cuando el baile terminó, el rey pidió la sopa y la comió, y le gustó tanto que pensó que nunca había comido otra igual. Al llegar al fondo de la fuente, vio el anillo de oro y no pudo comprender cómo había llegado hasta allí. Entonces ordenó al cocinero que se presentara ante él. El cocinero se asustó cuando oyó la orden y le dijo a «Toda-clase-de-pieles»:

—Seguro que has dejado caer algún pelo en la sopa. Como sea verdad, te pego una paliza.

Cuando llegó ante el rey, éste le preguntó quién había preparado la sopa. El cocinero respondió:

—¡La he preparado yo!

Pero el rey dijo:

—No es verdad; estaba hecha de otra manera y mejor que otras veces.

El cocinero contestó:

—Tengo que confesar que no la he hecho yo, sino el animalillo salvaje.

Dijo el rey:

—Hazla que suba.

Cuando «Toda-clase-de-pieles» llegó, le preguntó el rey:

—¿Quién eres?

—¡Yo soy una pobre criatura que no tiene padre ni madre!

El siguió preguntando:

—¿Para qué estás en mi palacio?

Ella contestó:

—Para nada bueno, solamente para que me tiren los zapatos a la cabeza.

El siguió preguntando:

—¿De dónde has sacado el anillo que estaba en la sopa?

Ella contestó:

—No sé nada de ese anillo.

Así que el rey no pudo aclarar nada y le dijo que se fuera.

Pasado algún tiempo, se celebró de nuevo una fiesta, y «Toda-clase-de-pieles» le volvió a pedir al cocinero que la dejara mirar como la última vez.

—Sí —contestó él—, pero vuelve dentro de media hora y hazle al rey la sopa de pan que tanto le gusta.

Ella se dirigió entonces a su cuchitril, se lavó velozmente, sacó de la nuez el traje que era tan plateado como la luna, y se lo puso. Subió y parecía una princesa. El rey salió a su encuentro y se alegró de verla de nuevo y, como empezaba en ese momento el baile, bailaron juntos. Pero cuando terminó el baile, desapareció tan rápidamente que el rey no pudo ver a dónde se dirigía.

Ella corrió a su cuchitril y se convirtió de nuevo en animalillo salvaje y fue a la cocina para preparar la sopa de pan. Aprovechando que el cocinero estaba arriba, cogió el torno de hilar de oro y lo metió en la fuente, de tal manera que preparó la sopa por encima del torno. Luego se la llevaron al rey, que la comió y le supo tan rica como la vez pasada, e hizo venir al cocinero, que tuvo que confesar de nuevo que «Toda-clase-de-pieles» había preparado la sopa. «Toda-clase-de-pieles» se presentó de nuevo ante el rey, pero ella contestó que solamente estaba allí para que le tiraran los zapatos a la cabeza y que no sabía nada del torno de oro.

El rey organizó una fiesta por tercera vez, y pasó lo mismo que las veces anteriores. De modo que el cocinero le dijo:

—Tú eres una bruja, animalillo salvaje. Siempre echas algo a la sopa para que esté muy rica y le sepa al rey mejor que la que hago yo.

Pero como se lo pidió tan insistentemente, la dejó ir un rato. Se puso el traje que brillaba como las estrellas y entró con él en la sala. El rey bailó nuevamente con la hermosa doncella y pensaba que nunca había estado tan hermosa. Mientras bailaban, sin que ella se diera cuenta, le puso en el dedo un anillo de oro. Había ordenado que el baile durara mucho tiempo y cuando éste se acabó, quiso retenerla por las manos, pero ella se soltó y se mezcló entre la gente tan rápidamente, que desapareció de su vista. Corrió todo lo que pudo hasta su cuchitril, bajó la escalera, pero como se había entretenido mucho más de media hora, no pudo quitarse el hermoso traje, sino que se echó el abrigo de pieles sobre él, y con la prisa no se tiznó del todo, sino que un dedo se le quedó blanco. «Toda-clase-de-pieles» se dirigió corriendo a la cocina, hizo la sopa de pan para el rey y en un momento en que el cocinero salió, puso dentro la devanadera de oro.

Cuando el rey encontró la devanadera en el fondo, hizo llamar a «Toda-clase-de-pieles»; entonces vio su blanco dedo y el anillo que le había puesto en el baile. La cogió por la mano y la sujetó. Ella quiso soltarse y escapar, pero el abrigo de pieles se le abrió un poco y el rey pudo entrever el brillo del traje de estrellas. El rey tiró del abrigo, descubriendo los cabellos de oro de la princesa, que apareció ante él en todo su esplendor y ya no pudo ocultarse por más tiempo.

Cuando se quitó el hollín y la ceniza de la cara, era lo más hermoso que se había visto nunca en la tierra.

El rey dijo:

—Eres mi querida prometida y no nos separaremos nunca más.

A continuación se celebró la boda y vivieron felices hasta su muerte.




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Análisis


A lo largo de este cuento folclórico "Toda clase de pieles" suceden una serie de acontecimientos que se corresponden con la estructura de la que habla Propp, el viaje iniciatico.
Se representa el paso de la infancia a la vida adulta cuando la princesa decide guardar los vestidos que ha mandado hacer al Rey en una cascara de nuez y se escapa de casa, camuflando su cara en hollin y escondiendose bajo el abrigo de toda clase de pieles (que también habia mandado hacer a su padre).
El viaje continua cuando la princesa es descubierta por los cazadores de otro Rey en el hueco de un arbol pasando la noche y es llevada a palacio como si se tratase de un animal salvaje, allí la ponen a desarrollar labores domesticas a cambio de alojamiento y comida.

Esta historia da un giro cuando se celebra una fiesta en el palacio donde la princesa se encuentra y esta pide ver el baile durante media hora, se arregla para la ocasión quitandose el hollin que oculta su rostro y cambiando el abrigo de toda clase de pieles por uno de los vestidos que mandó hacer a su padre.
Baila con el Rey para despues desaparecer y volver a la cocina como "toda clase de pieles" a preparar la cena. Esto ocurrió dos veces mas, cada una de las veces, "toda clase de pieles" introdujo en la cena del Rey uno de sus tres tesoros; en la primera cena el anillo de oro, en la segunda el torno de hilar de oro y en la tercera la devanadera de oro.
La tercera vez, al ser mas duradero el baile a "toda clase de pieles" no le dió tiempo a tiznarse entera ni a cambiarse de ropa, solo se puso por encima el abrigo y se olvidó de tiznar un dedo, por lo que el Rey, al hacerla llamar para felicitarla por la sopa le puso el anillo que esta dejó en el fondo de la primera sopa y le quitó el abrigo dejando al descubierto el vestido que brillaba como las estrellas, destapando así su verdadera belleza oculta debajo del abrigo y el hollin.

Finalmente se casan, así concluye el viaje iniciatico, ya que, como hemos dicho en ocasiones anteriores, el matrimonio es el paso hacia un nuevo nucleo familiar, indica la madurez y el paso a la vida adulta, y por tanto, el final del viaje iniciatico.




Adaptación

Voy a realizar una adaptación de este cuento folclórico para niños del tercer curso de la segunda etapa de infantil (5-6 años). Voy a escribirlo tal y como se lo leeria a los niños de esta edad.


Érase una vez un rey que tenía una esposa con el cabello de oro, y era tan hermosa que no había otra igual en la tierra. Pero se puso enferma y cuando se iba a morir le dijo al rey:

—Si quieres volver a casarte, prométeme que lo harás con alguien que sea tan bella como yo y tenga mis cabellos de oro.

El rey estuvo muy triste durante mucho tiempo y no quería casarse con nadie. Hasta que los consejeros dijeron:

—El rey debe casarse de nuevo para que tengamos una reina.

Entonces, se enviaron muchos mensajeros para buscar una novia al rey que fuerai gual de bella que su antigua mujer. Pero no encontraron ninguna que tuviera los mismos cabellos de oro.


El rey tenía una hija que era tan hermosa como su madre y tenia los mismos cabellos de oro. Cuando se hizo mayor, el rey vio que era igual que su madre y se enamoró de ella. Entonces les dijo a los consejeros:—Quiero casarme con mi hija, porque es igual de bella que mi mujer y en ningún lugar podré encontrar otra novia igual.

Cuando los consejeros oyeron esto, se asustaron y dijeron:

—No podemos dejar que se case con su hija aunque sea igual de bella que la reina.

La hija se asustó cuando supo la decisión de su padre. Pero esperaba hacerle entrar en razón y le dijo para hacer tiempo:

—Antes de casarme quiero tener varios trajes: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas; luego quiero un abrigo de toda clase de pieles. Cada animal de vuestro reino debe dar un trozo de su piel para confeccionarlo.

Ella pensó: «Es casi imposible lograr esto, y mientras tanto puedo apartar a mi padre de esos pensamientos.»

El rey mandó a las doncellas más hábiles del reino que tejieran los tres vestidos: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas. Y sus cazadores , quitandole a cada animal del reino un trocito de su piel le hicieron un abrigo con toda clase de pieles.

Finalmente, cuando todo estuvo preparado, el rey hizo traer el abrigo y los vestidos, lo extendió ante ella y dijo:

—Mañana nos casaremos.

Cuando la princesa vio que no podia hacer que su padre cambiara sus sentimientos decidió huir en la noche mientras todos dormían. Se levantó y cogió tres de sus tesoros: un anillo de oro, un torno de hilar de oro y una devanadera de oro; metió los tres vestidos de sol, de luna y de estrellas en una cáscara de nuez, se puso el abrigo hecho con toda clase de pieles y se pintó la cara y las manos. Despues de andar durante toda la noche llegó a un gran bosque de otro reino. Como estaba muy cansada, se sentó en un árbol hueco y se durmió.

Salió el sol y ella seguía durmiendo; Entonces , el rey al que pertenecía el bosque y sus cazadores salieron a cazar, sus perros encontraron a la princesa. El rey dijo a los cazadores:

—Mirad a ver qué clase de animal salvaje se ha escondido ahí.

Los cazadores obedecieron y cuando regresaron, le dijeron:

—En el árbol hueco hay un animal maravilloso, como no hemos visto otro igual; su pellejo es de toda clase de pieles, está echado y duerme.

—Mirad a ver si podéis apresarlo vivo —dijo el rey—; y después llevadlo con vosotros.

Al apresar los cazadores a la princesa, ésta se despertó y les dijo:

—Soy una pobre criatura, sin padre ni madre, llevadme con vosotros.

Entonces ellos dijeron.

—«Toda-clase-de-pieles», tú sirves para estar en la cocina y barrer.


Entonces la llevaron hasta el palacio real. Le asignaron una habitaciñon bajo la escalera, donde no entraba la luz, y dijeron:

—Animalillo salvaje, ahí puedes vivir y dormir.

Luego la pusieron a trabajar en la cocina, llevando el agua, la leña, poniendo el fuego, limpiando la comida, barriendo...

Así vivió «Toda-clase-de-pieles» durante mucho tiempo.

Pero una vez se celebró una fiesta en el palacio, y ella le dijo entonces al cocinero:

—¿Puedo subir y mirar un poco?.

El cocinero dijo:

—Ve, pero en media hora tienes que estar de vuelta y recoger la ceniza.

Ella fue a su habitación (que estaba debajo de la escalera) se quitó el abrigo de toda clase de pieles, y se lavó el hollín de la cara y las manos, de manera que su belleza volvió a salir a la luz del día. Luego abrió la nuez y sacó el vestido que brillaba como el sol. Cuando estaba vestida subió a la fiesta y todos le cedían el paso, pues nadie la conocía y pensaban que era una princesa. El rey le salió al paso, le dio la mano y bailó con ella pensando para sí: «Nunca he visto otra mujer más hermosa.»

Terminó el baile, se inclinó y, cuando el rey miró a su alrededor, había desaparecido sin que nadie supiera a dónde había ido. Se llamó a los vigilantes que estaban ante palacio, pero nadie la había visto. Entre tanto, ella fue a su habitación, se quitó rápidamente el vestido, se tiznó la cara y las manos, se puso el abrigo de pieles, y otra vez quedó convertida en «Toda-clase-de-pieles». Cuando llegó a la cocina y quiso ponerse a trabajar y barrer la ceniza, dijo el cocinero:

—Ya barrerás mañana, ahora hazme la sopa para el rey, pero no dejes que se te caiga ningún pelo; si no, te castigaré sin comer pan.

El cocinero se fue y la muchacha hizo la sopa para el rey. Le hizo una sopa de pan todo lo mejor que supo y, cuando terminó, cogió de la cascara de nuez uno de sus tres tesoros, su anillo dorado, y lo puso en la fuente en la que estaba preparada la sopa. Cuando el baile terminó, el rey pidió la sopa y la comió, y le gustó tanto que pensó que nunca había comido otra igual. Al llegar al fondo de la fuente, vio el anillo de oro y no pudo comprender cómo había llegado hasta allí. Entonces ordenó al cocinero que se presentara ante él. El cocinero se asustó cuando oyó la orden y le dijo a «Toda-clase-de-pieles»:

—Seguro que has dejado caer algún pelo en la sopa. Como sea verdad, te vas a enterar...

Cuando llegó ante el rey, éste le preguntó quién había preparado la sopa. El cocinero respondió:

—¡La he preparado yo!

Pero el rey dijo:

—No es verdad; estaba hecha de otra manera y mejor que otras veces.

El cocinero contestó:

—Tengo que confesar que no la he hecho yo, sino el animalillo salvaje.

Dijo el rey:

—Hazla que suba.

Cuando «Toda-clase-de-pieles» llegó, le preguntó el rey:

—¿Quién eres?

—¡Yo soy una pobre criatura que no tiene padre ni madre!

El siguió preguntando:

—¿Para qué estás en mi palacio?

Ella contestó:

—Solo para estar en la cocina, barrer, traer la leña y limpiar la comida.

El siguió preguntando:

—¿De dónde has sacado el anillo que estaba en la sopa?

Ella contestó:

—No sé nada de ese anillo.

Así que el rey no pudo aclarar nada y le dijo que se fuera.

Pasado algún tiempo, se celebró de nuevo una fiesta, y «Toda-clase-de-pieles» le volvió a pedir al cocinero que la dejara mirar como la última vez.

—Sí —contestó él—, pero vuelve dentro de media hora y hazle al rey la sopa de pan que tanto le gusta.

Ella se dirigió entonces a su habitación, se lavó rapidamente, sacó de la nuez el traje que era tan plateado como la luna, y se lo puso. Subió y parecía una princesa. El rey salió a su encuentro y se alegró de verla de nuevo y, como empezaba en ese momento el baile, bailaron juntos. Pero cuando terminó el baile, desapareció tan rápidamente que el rey no pudo ver a dónde se dirigía.

Ella corrió a su habitación y se convirtió de nuevo en el animalillo salvaje y fue a la cocina para preparar la sopa de pan. Aprovechando que el cocinero estaba arriba, cogió otro de sus tres tesoros, el torno de hilar de oro, y lo metió en la fuente, preparó la sopa por encima del torno. Luego se la llevaron al rey, que la comió y le supo tan rica como la vez pasada, e hizo venir al cocinero, que tuvo que confesar de nuevo que «Toda-clase-de-pieles» había preparado la sopa. «Toda-clase-de-pieles» se presentó ante el rey, pero ella contestó que solamente estaba allí para estar en la cocina, barrer, traer la leña y limpiar la comida y que no sabía nada del torno de oro.

El rey organizó una fiesta por tercera vez, y pasó lo mismo que las veces anteriores.

El concinero dejó ir a"Toda-clase-de-pieles" un rato a mirar la fiesta. Ella se puso el traje que brillaba como las estrellas y entró con él en la sala. El rey bailó nuevamente con la hermosa princesa y pensaba que nunca había estado tan bella. Mientras bailaban, sin que ella se diera cuenta, le puso en el dedo un anillo de oro. Había ordenado que el baile durara mucho tiempo y cuando éste se acabó, quiso retenerla por las manos, pero ella se soltó y se mezcló entre la gente tan rápidamente, que desapareció de su vista. Corrió todo lo que pudo hasta su habitación, y como se había entretenido mucho más de media hora, no pudo quitarse el hermoso traje, así que se echó el abrigo de pieles por encima, y con la prisa no se pintó del todo, sino que un dedo se le quedó blanco. «Toda-clase-de-pieles» se dirigió corriendo a la cocina, hizo la sopa de pan para el rey y en un momento en que el cocinero salió, puso dentro su tercer tesoro, la devanadera de oro.

Cuando el rey encontró la devanadera en el fondo, hizo llamar a «Toda-clase-de-pieles»; entonces vio su blanco dedo y el anillo que le había puesto en el baile. La cogió por la mano y la sujetó. Ella quiso soltarse y escapar, pero el abrigo de pieles se le abrió un poco y el rey pudo ver el brillo del traje de estrellas. El rey tiró del abrigo, descubriendo los cabellos de oro de la princesa, que apareció ante él en todo su esplendor y ya no pudo ocultarse por más tiempo.

Cuando se quitó el hollín y la ceniza de la cara, era lo más hermoso que se había visto nunca en la tierra.

El rey dijo:

—Eres mi querida prometida y no nos separaremos nunca más.

Despues se casaron y vivieron felices para siempre.




He cambiado algunas de las partes del cuento poniendo palabras y expresiones que me parecen mas apropiadas para niños de las edades a las que va dirigida mi adaptación.

He conservado, sin embargo, algunas palabras para que adquieran vocabulario nuevo, como por ejemplo, hollin, tiznar, devanadera...

He conservado también las descripciones del baile y en las que hay algo de misterio ya que, considero importante mantener esa atención, y como decia Irune en clase, a la hora de contarlo (no de leerlo), según la reacción de los niños en algunas partes, me detendría mas en unas partes que en otras.


1 comentario:

  1. Está muy bien, pero no puedes dejar el tema del incesto en una adaptación infantil Tienes qu buscar otro motivo por el que Toda clase de pieles huya de casa de su padre...

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